Los premios literarios otorgados en la República de las
Letras, polémicos y opacos tanto en la asignación de jurados –afines o no a los
ganadores-, emisión de convocatorias, pago de honorarios, actas y fallos
inapelables, nos dicen muy poco del escritor premiado y su obra; no aclaran
satisfactoriamente las razones de sus veredictos finales, generando malestar en
la comunidad cultural de origen que se manifiesta críticamente en medios diversos.
El Premio Mazatlán de Literatura otorgado en 2019, a Guillermo Fadanelli
(Ciudad de México, 1960), en un intento de “volver a su tradición”, confirma,
en su excepción, ésta regla.
Aceptémoslo: El Premio Mazatlán de
Literatura es, por su historia y tradición, uno de los galardones literarios
más importantes de México. En lo particular la lectura del libro ganador nos ha
acompañado, como parte de nuestra formación literaria, desde el año 2008. En
tiempos de una aparente apertura, pluralidad y transparencia institucional y
más allá de un sentido de pertenencia, afinidades o resistencias intelectuales,
con galardonados o directivos actuales del Instituto de Cultura, debemos asumir
una posición crítica y propositiva sobre éste tema, desde la óptica del lector
ávido de un proyecto cultural amplio, al parecer inexistente.
De 2008 a 2010 bajo la dirección del
escritor José Luis Franco, el Instituto de Cultura, responsable del
otorgamiento del Premio Mazatlán de Literatura contó con jurados plurales, constituidos
por ganadores de emisiones anteriores: Juan Villoro, José Agustín, Vicente
Leñero y Sergio Pitol; artífices de nuestra más reconocida tradición literaria.
Recuerdo una polémica por la premiación del libro Mentiras contagiosas de Jorge Volpi, galardonado en 2009, que
parecía publicado en España; y los estatutos del premio mencionaban que debía
ser en México.
Durante el periodo 2011-2018, fungió
como encargado y jurado del premio –en lo que para algunos representó un
explícito y público conflicto de intereses-, el escritor Juan José Rodríguez.
En su primera premiación, fiel a una tradición heredada de administraciones
anteriores, mantiene como jurado a Francisco Hernández, ganador del año
anterior. El prestigio que representó el ser reconocido por sus pares, terminó
en 2012; en esta etapa, persiste la pluralidad del jurado, pero sin una
relación directa con el premio.
Sin embargo, durante los cinco años
posteriores, 2014-2018 y de manera ininterrumpida, repitió el mismo jurado:
Juan José Rodríguez, Braulio Peralta e Ignacio Trejo Fuentes. Nos preguntábamos
entonces, si existía un contrato vitalicio signado por los sólidos lazos de la
amistad y el confort literario.
En la Cuarta Transformación, esperábamos
un cambio en la nueva administración del Director del Instituto de Cultura, el
cineasta Óscar Blancarte; pero al parecer transitan del error al desatino.
Primero, Blancarte mencionó ante la prensa a quienes serían los jurados del
Premio Mazatlán, como si desconociera que es indispensable el anonimato de
éstos hasta el veredicto del ganador. Recurrieron entonces a un trío de
periodistas como jurados: José Ignacio Lizárraga, Ernesto Velázquez Briseño y
Alejandro Páez Varela, quienes por unanimidad premiaron la trayectoria del
prolífico escritor, Guillermo Fadanelli; no un libro en específico, conforme a
la tradición desde 1966 con Beber un
cáliz de Ricardo Garibay.
En el año 2010 presenté la novela Hotel DF, de Fadanelli y soy lector
frecuente de su obra de innegable versatilidad y valor literario. Difiero en
cuanto a las formas, poco diáfanas, en pos de un cambio que transgrede tanto el
reglamento como el objetivo del Premio Mazatlán de Literatura, a saber:
reconocer la mejor obra publicada en México el año anterior. Así lo demuestra
su historia. Rescatar “su tradición” no implica repetir prácticas contrarias a
la transparencia del proceso en su conjunto.
Por lo anterior, el Instituto de Cultura
debe explicar con mayor precisión y claridad, el cambio de rumbo, perspectiva y
criterios para el otorgamiento del premio en su edición 2019; y que su
veredicto final no sea únicamente una ocurrencia insalvable por la falta de
tiempo para leer las obras o, aún peor, ignorar lo que se publica en el
panorama literario nacional –en el año anterior se publicaron obras de gran
valía- y con ello afectar, en aras de rescatar su tradición, la credibilidad y transparencia en
el otorgamiento de un premio de larga data, que ha enriquecido a la comunidad
cultural mazatleca y es parte de su propia identidad.
Sin
embargo, un premio por trayectoria siempre acepta postulaciones de
instituciones; en este caso, parece que el jurado desconoce ese modus operandi. Porque su resolución
intenta dar un giro al premio Mazatlán y "regresar al origen al premiar el
conjunto de una obra de un autor", como afirmó Alejandro Páez Varela en
rueda de prensa. Esto es inexacto, porque no todos tienen una obra tan sublime
como José Gorostiza, quien en 1964 publicó su libro Poesía compuesto por tres libros: Canciones para cantar en las
barcas, Del poema frustrado y Muerte sin fin, que constituye su poesía reunida.
En febrero de 1965 el poeta recibe la primera emisión del Premio Mazatlán, por
el conjunto de su obra publicada.
El Premio
Mazatlán de Literatura entre sus ganadores tiene otros casos que supongo no
conocían los jurados. Algunos autores en su momento escribieron sus grandes
obras antes de ser galardonados y recibieron por otros libros dicha distinción:
Jaime Sabines en 1996 con Pieces of
Shadow. Selected Poems, una antología de sus poemas traducida al inglés;
José Agustín en 2005 por Vida con mi
viuda y Emmanuel Carballo en 2006 por Diario
público 1966-1968. Todos ellos merecedores del premio como un homenaje y
reconocimiento a su trayectoria, pero cumpliendo con tener una obra como
novedad del año anterior.
Si su intención era volver al origen, deberían premiar
por trayectoria a un poeta, como lo fue Gorostiza. Tendrán que esperar mejores
tiempos un Eduardo Lizalde, David Huerta o Coral Bracho, entre otros.
Considerando que el premio cuenta con escasas ganadoras en su historia: Elena
Poniatowska en 1971 y 1993; al igual Ángeles Mastretta en 1986; premiar la
trayectoria de una escritora representaría un acto justicia indiscutible.
Además, conformar un jurado colegiado y plural integrado por ex galardonados,
críticos y académicos, otorgaría una mirada más amplia al premio. Pero en 2019
torcieron el camino en una búsqueda infructuosa de sus orígenes, omitieron
instituir una convocatoria dentro de sus prioridades.
La literatura mexicana tiende a carecer de autores que
mantengan una obra continua en un mismo nivel, con una variedad en sus
registros a lo largo de su trayectoria. Podemos ejemplificar con el propio
Guillermo Fadanelli, quien después de Lodo,
su novela más celebrada, ha escrito bastante pero no con la misma aceptación y
recepción por parte de la crítica. Lo que indigna de los encargados del Premio
Mazatlán, es su hermetismo e interés de sepultar una tradición literaria, en
defensa de la misma; fortalecida por otros a lo largo del tiempo, ignorando sus
estatutos fundacionales adaptándolos a su visión ocurrente.
En fin, la ciudad letrada asiste impávida, a la
simulación letrada.
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