domingo, 24 de marzo de 2019

EL PREMIO MAZATLÁN DE LITERATURA: SIMULACIÓN LETRADA


Los premios literarios otorgados en la República de las Letras, polémicos y opacos tanto en la asignación de jurados –afines o no a los ganadores-, emisión de convocatorias, pago de honorarios, actas y fallos inapelables, nos dicen muy poco del escritor premiado y su obra; no aclaran satisfactoriamente las razones de sus veredictos finales, generando malestar en la comunidad cultural de origen que se manifiesta críticamente en medios diversos. El Premio Mazatlán de Literatura otorgado en 2019, a Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960), en un intento de “volver a su tradición”, confirma, en su excepción, ésta regla.
Aceptémoslo: El Premio Mazatlán de Literatura es, por su historia y tradición, uno de los galardones literarios más importantes de México. En lo particular la lectura del libro ganador nos ha acompañado, como parte de nuestra formación literaria, desde el año 2008. En tiempos de una aparente apertura, pluralidad y transparencia institucional y más allá de un sentido de pertenencia, afinidades o resistencias intelectuales, con galardonados o directivos actuales del Instituto de Cultura, debemos asumir una posición crítica y propositiva sobre éste tema, desde la óptica del lector ávido de un proyecto cultural amplio, al parecer inexistente.  
De 2008 a 2010 bajo la dirección del escritor José Luis Franco, el Instituto de Cultura, responsable del otorgamiento del Premio Mazatlán de Literatura contó con jurados plurales, constituidos por ganadores de emisiones anteriores: Juan Villoro, José Agustín, Vicente Leñero y Sergio Pitol; artífices de nuestra más reconocida tradición literaria. Recuerdo una polémica por la premiación del libro Mentiras contagiosas de Jorge Volpi, galardonado en 2009, que parecía publicado en España; y los estatutos del premio mencionaban que debía ser en México.
Durante el periodo 2011-2018, fungió como encargado y jurado del premio –en lo que para algunos representó un explícito y público conflicto de intereses-, el escritor Juan José Rodríguez. En su primera premiación, fiel a una tradición heredada de administraciones anteriores, mantiene como jurado a Francisco Hernández, ganador del año anterior. El prestigio que representó el ser reconocido por sus pares, terminó en 2012; en esta etapa, persiste la pluralidad del jurado, pero sin una relación directa con el premio.
Sin embargo, durante los cinco años posteriores, 2014-2018 y de manera ininterrumpida, repitió el mismo jurado: Juan José Rodríguez, Braulio Peralta e Ignacio Trejo Fuentes. Nos preguntábamos entonces, si existía un contrato vitalicio signado por los sólidos lazos de la amistad y el confort literario.
En la Cuarta Transformación, esperábamos un cambio en la nueva administración del Director del Instituto de Cultura, el cineasta Óscar Blancarte; pero al parecer transitan del error al desatino. Primero, Blancarte mencionó ante la prensa a quienes serían los jurados del Premio Mazatlán, como si desconociera que es indispensable el anonimato de éstos hasta el veredicto del ganador. Recurrieron entonces a un trío de periodistas como jurados: José Ignacio Lizárraga, Ernesto Velázquez Briseño y Alejandro Páez Varela, quienes por unanimidad premiaron la trayectoria del prolífico escritor, Guillermo Fadanelli; no un libro en específico, conforme a la tradición desde 1966 con Beber un cáliz de Ricardo Garibay.
En el año 2010 presenté la novela Hotel DF, de Fadanelli y soy lector frecuente de su obra de innegable versatilidad y valor literario. Difiero en cuanto a las formas, poco diáfanas, en pos de un cambio que transgrede tanto el reglamento como el objetivo del Premio Mazatlán de Literatura, a saber: reconocer la mejor obra publicada en México el año anterior. Así lo demuestra su historia. Rescatar “su tradición” no implica repetir prácticas contrarias a la transparencia del proceso en su conjunto.
Por lo anterior, el Instituto de Cultura debe explicar con mayor precisión y claridad, el cambio de rumbo, perspectiva y criterios para el otorgamiento del premio en su edición 2019; y que su veredicto final no sea únicamente una ocurrencia insalvable por la falta de tiempo para leer las obras o, aún peor, ignorar lo que se publica en el panorama literario nacional –en el año anterior se publicaron obras de gran valía- y con ello afectar, en aras de rescatar su  tradición, la credibilidad y transparencia en el otorgamiento de un premio de larga data, que ha enriquecido a la comunidad cultural mazatleca y es parte de su propia identidad.
         Sin embargo, un premio por trayectoria siempre acepta postulaciones de instituciones; en este caso, parece que el jurado desconoce ese modus operandi. Porque su resolución intenta dar un giro al premio Mazatlán y "regresar al origen al premiar el conjunto de una obra de un autor", como afirmó Alejandro Páez Varela en rueda de prensa. Esto es inexacto, porque no todos tienen una obra tan sublime como José Gorostiza, quien en 1964 publicó su libro Poesía compuesto por tres libros: Canciones para cantar en las barcas, Del poema frustrado y Muerte sin fin, que constituye su poesía reunida. En febrero de 1965 el poeta recibe la primera emisión del Premio Mazatlán, por el conjunto de su obra publicada.
        El Premio Mazatlán de Literatura entre sus ganadores tiene otros casos que supongo no conocían los jurados. Algunos autores en su momento escribieron sus grandes obras antes de ser galardonados y recibieron por otros libros dicha distinción: Jaime Sabines en 1996 con Pieces of Shadow. Selected Poems, una antología de sus poemas traducida al inglés; José Agustín en 2005 por Vida con mi viuda y Emmanuel Carballo en 2006 por Diario público 1966-1968. Todos ellos merecedores del premio como un homenaje y reconocimiento a su trayectoria, pero cumpliendo con tener una obra como novedad del año anterior.
         Si su intención era volver al origen, deberían premiar por trayectoria a un poeta, como lo fue Gorostiza. Tendrán que esperar mejores tiempos un Eduardo Lizalde, David Huerta o Coral Bracho, entre otros. Considerando que el premio cuenta con escasas ganadoras en su historia: Elena Poniatowska en 1971 y 1993; al igual Ángeles Mastretta en 1986; premiar la trayectoria de una escritora representaría un acto justicia indiscutible. Además, conformar un jurado colegiado y plural integrado por ex galardonados, críticos y académicos, otorgaría una mirada más amplia al premio. Pero en 2019 torcieron el camino en una búsqueda infructuosa de sus orígenes, omitieron instituir una convocatoria dentro de sus prioridades.
         La literatura mexicana tiende a carecer de autores que mantengan una obra continua en un mismo nivel, con una variedad en sus registros a lo largo de su trayectoria. Podemos ejemplificar con el propio Guillermo Fadanelli, quien después de Lodo, su novela más celebrada, ha escrito bastante pero no con la misma aceptación y recepción por parte de la crítica. Lo que indigna de los encargados del Premio Mazatlán, es su hermetismo e interés de sepultar una tradición literaria, en defensa de la misma; fortalecida por otros a lo largo del tiempo, ignorando sus estatutos fundacionales adaptándolos a su visión ocurrente.
            En fin, la ciudad letrada asiste impávida, a la simulación letrada.